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En el budismo theravāda, el canto y el arte visual no son transmisiones devocionales separadas, son Dos expresiones de una visión espiritual unificada.
El canto da voz al dharma; La escultura y la pintura le dan forma.
Las nueve cualidades del Buda ofrecen más que una visión doctrinal: dan forma al lenguaje visual de devoción en el arte budista.
En todas las culturas y siglos, estas cualidades han inspirado líneas elegantes, posturas meditativas y caras serenas que ponen la presencia inefable del Buda en forma material.
El árbol Bodhi en la escultura budista es mucho más que un detalle botánico: es un símbolo cósmico de iluminación, refugio espiritual y la inseparabilidad de la humanidad y la naturaleza en la búsqueda de la verdad.
En todas las regiones y siglos, ha sido tallado, pintado, dorado y venerado como el testigo silencioso del momento más importante en la historia budista.
El Buda de protección en Tailandia es mucho más que una imagen sagrada: es un compañero espiritual, un guardián y un ejemplo moral.
Con una mano levantada no en violencia sino en autoridad tranquila, nos enseña a cumplir con las tormentas del mundo con un mente que es estable, clara y llena de compasión.
El Dhyana Mudra nos recuerda que La paz no es algo que buscamos, es algo que sostenemos.
En el tazón de quietud creamos con nuestras propias manos, el espejo de la mente se despeja. A partir de esa claridad, la sabiduría y la compasión surgen naturalmente.
La historia de la naga y el Buda meditado nos enseña que Cuando estamos estables en nuestra práctica, las fuerzas invisibles nos apoyan.
La paz interior no es la ausencia de tormentas, es la presencia de refugio dentro.
El Buda de la Meditación protegida por Naga es más que una figura religiosa, es un encarnación de la alianza de la naturaleza con despertar, del cosmos que defiende la verdad, y de una mente aún rodeada de caos.
Es un llamado a confiar en las fuerzas profundas de la bondad y la sabiduría que protegen el camino.